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Una Historia de Amor: Él tiene 63 años y ella 22 «Sugar Daddy»

Cuando su residencia estaba más que asentada en la paradisiaca y costera Puerto Plata, con ocho perros callejeros adoptados, Jeffrey contribuía con una página de rescate animal de Estados Unidos. Fue allí que vio la publicación de la joven Alex, de tan solo 20 años, una activa animalista en la fan page.

“Le envié un mensaje. Y a pesar de que yo era 40 años mayor que ella, respondió. Nuestras comunicaciones en línea eventualmente se convirtieron en conversaciones telefónicas que duraron toda la noche hasta que un día la invité a visitarme”.

La idea desató el primer ciclón, remeciendo a las familias de la pareja en formación.

La madre de la joven fue la más aprensiva (y con justa razón), al ver que su hija se motivaba con la idea de viajar a un país lejano, en Latinoamérica y con un perfecto desconocido invitándola a conocerle.

Oberman relata que “la madre de Alex, ella misma casi 10 años menor que yo, me miró en Google y acordó una palabra de seguridad (‘pumpernickel’) para que su hija la usara si la secuestraban y la obligaban a vivir como esclava”.

Meses después de interacciones virtuales, la joven llegó a República Dominicana, país que se convertiría en el escenario de una historia que parece un cliché en estos tiempos, motivada por relaciones a conveniencia. Esta, da para más, si se permiten seguir leyendo.

El prejuicio entre aviones y restaurantes

Si consideran que la vida de un hombre que es visto como un “Sugar Daddy” es fácil, en su historia publicada por el colaborador de una revista canadiense, se visualiza todo lo contrario la lleve a donde la lleven.

Por ejemplo, cuando deciden ir a algún restaurante, la atención podría volverse demasiado personalizada, sin que terceros se lo propongan. Parece un acto social natural.

“No hay ningún restaurante en el que comamos que no me haya preguntado al menos una vez qué quiere pedir mi hija. Dios no quiera las veces que mi esposa elija invitarme a cenar, con su propio dinero, porque el servidor no la tomará en serio cuando me pida la cuenta”.

Oberman reconoce que situaciones como esa dejaron de obsesionarlos a él y a Alex hace ya algún tiempo. En los aeropuertos, la historia no ha sido tan distinta. Un funcionario de aduanas puso en duda la legalidad de su matrimonio al pensar que la mujer era menor de edad, dado el aspecto físico de la también pintora, que a muy corta edad, según el relato de su esposo, tiene una vida académica resuelta, dada sus aptitudes en lo artístico.

“Se me ve como el hombre rapaz con medios económicos que intercambia los encantos físicos de una mujer mucho más joven, demasiado poco sofisticada en las formas del mundo para poder ver la naturaleza maquiavélica de mi agenda”.

Cuando hace una revisión de su vida conyugal pasada, inevitablemente vienen las comparaciones con su exesposa saltan a la vista. Asegura que antes no toleraba desorden en su casa. Con Alex es diferente, parece que acomodó su vida a un cambio donde pretendía dejar la radicalidad, irónicamente, para caer en una nueva contradicción social.

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