Opinión del ICOM sobre la creación de un museo en la Casa de Caoba
La decisión de convertir la residencia de un dictador en un museo plantea profundos dilemas éticos que trascienden la simple preservación histórica.
La reciente redefinición de museo ofrece una perspectiva ética aún más sólida sobre por qué las casas de dictadores no deberían convertirse en museos. La nueva definición, adoptada en 2022, establece que:
«Un museo es una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. Abiertos al público, accesibles e inclusivos, los museos fomentan la diversidad y la sostenibilidad. Con la participación de las comunidades, los museos operan y comunican ética y profesionalmente, ofreciendo experiencias variadas para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos».
La definición destaca el papel de los museos como espacios democráticos e inclusivos. La casa de un dictador, por su propia naturaleza, es el epítome de la antítesis de la democracia. Es un lugar que simboliza la concentración de poder, la opresión y la negación de la libertad y los derechos de los ciudadanos. Convertir este espacio en un museo, incluso con fines educativos, puede ser percibido como una legitimación involuntaria de la figura del dictador o del régimen que representaba.
Para las víctimas de una dictadura, la casa de su opresor es un lugar de trauma y dolor, no de inclusión. Exponer sus recuerdos y experiencias en un espacio intrínsecamente ligado a la figura que los oprimió puede ser profundamente revictimizante y excluir a estas comunidades de la posibilidad de una verdadera sanación y conmemoración.
La casa de un dictador no es solo una vivienda; es el epicentro de su poder, el lugar desde donde se orquestaron decisiones que llevaron a la represión, la tortura y la muerte. Al convertirla en un museo, incluso con las mejores intenciones de condena, existe el riesgo inherente de que el espacio adquiera una pátina de solemnidad o incluso de curiosidad morbosa que, paradójicamente, puede glorificar o legitimar, aunque sea de forma sutil e involuntaria, la figura del dictador.
Un museo confiere un estatus de importancia y trascendencia al lugar ya su ocupante. Esto puede distorsionar la narrativa, sugiriendo que la vida del dictador, incluso sus aspectos personales, merece ser objeto de estudio y exhibición museística de una manera que puede ensombrecer la magnitud de sus crímenes.–