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La música urbana: ¿arte o estafa?

La música es un aliciente penetrante del espíritu. Envuelve letras, armonía y cadencia. Expresa, evoca, convoca, intima, toca, deleita, agrada, provoca. Para Joni Mitchell es arquitectura fluida; para León Tolstoi, la taquigrafía de la emoción; para Oscar Wilde, el arte de las lágrimas y la memoria; para Jean Paul Richter, la poesía del aire; para Beethoven, la revelación más alta; para Eugène Delacroix, la voluptuosidad de la imaginación; para Giuseppe Mazzini, el eco de un mundo invisible; para Martín Lutero, un regalo de Dios; para E. T. A. Hoffmann, aquello que empieza donde se acaba el lenguaje; para Albert Einstein, la belleza interior del universo; para Víctor Hugo, lo que no se puede decir y sobre lo que es imposible estar en silencio; para Alphonse de Lamartine, la literatura del corazón; para Kahlil Gibran, el lenguaje del espíritu; para Johann Sebastian Bach, la armonía agradable de Dios; para Jack Kerouac, la única verdad; para quien escribe esto, una emanación creativa del espíritu que eleva la sensibilidad viviente a través de la belleza. 

La música es arte. El arte es una visión sensible de la existencia que, a través de recursos plásticos, lingüísticos o sonoros, permite transmitir con belleza ideas, percepciones y sensaciones. El arte tiene un fin intrínsecamente estético. Es creativo, dinámico, subjetivo, universal y expresivo, pero su fin primero y último es contemplativo, no tiene un propósito utilitario. Su razón es inherentemente estética, como forma expresiva que busca y representa la belleza. 

La belleza no es definible, se percibe como una fruición sensorial. Es una noción inaprensible. Sin embargo, hay condiciones que se asumen como inherentes a su naturaleza y entre estas se cuentan la armonía, el equilibrio y las proporciones.  Para Aristóteles la armonía es la propiedad esencialmente objetiva de la belleza, es decir, la debida proporción de las partes con el todo. Lo bello está en el orden, la proporción, la luminosidad y el ritmo. Lo bello atrae, conecta, impresiona. Es algo que revela un significado inmanente, deseable, grato y edificante. Las culturas, a través del tiempo, han propuesto patrones estéticos, pero solo son referenciales porque la belleza en última instancia es una comprensión subjetiva que parte de experiencias perceptuales de quien la reconoce, obvio, condicionadas por esos cánones culturales. 

La música es arte; el arte es bello. En esa ecuación ¿cómo encuadrar la música urbana? Si la respuesta dependiera de mí, diría que es un ritmo básico, y punto. Para valorarla como arte y aceptar su belleza, confieso que no llegaría a un juicio concluyente; preferiría otra apelación conceptual, aunque hubiera que inventarla.  

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